miércoles, 7 de mayo de 2014

DUENDES ANDINOS


DUENDES ANDINOS


 

 Cuando se habla de duendes generalmente se cree que uno se está refiriendo a esas pequeñas criaturas verdes propias de la mitología irlandesa, que esconden sus monedas de oro al final del arco iris. Sin embargo, estas leyendas también son conocidas en los Andes, con la diferencia de que allí habitan en cavernas subterráneas y - para no perder la costumbre – son mineros. Son los llamados Mukis, el cual resulta de una castellanización del vocablo quechua murik, que significa "el que asfixia" o muriska "el que es asfixiado”.

¿Y cómo son estos duendes? Se pregunta uno. De estatura pequeña, no excede los cincuenta centímetros, de cuerpo fornido y desproporcionado, perteneciendo a la categoría de los enanos. Su cabeza está unida al tronco, pero no tiene cuello. Su voz es grave y ronca, no concordante con su estatura. Sus cabellos son largos, de color rubio brillante, su rostro está cubierto de vellos y posee una barba larga. De orejas puntiagudas, su mirada es penetrante, agresiva e hipnótica, de reflejos metálicos.

Es otro de los personajes que tiene distintas historias. Uniendo versiones se puede decir que es un hombrecillo de escasa estatura cubierto por un enorme sombrero. Su presencia es común en todo el territorio.

La fusión (sincretismo) de la cultura indígena con la cristiana, supuso también la inclusión de creencias occidentales con respecto a este mito, tal como que las principales víctimas de estos duendecillos eran los niños moritos, aquellos que aún no habían recibido el bautismo.

La misión del Duende es robarse a los niños —algunos añaden que sólo a los no bautizados. Otros dicen que a los más bonitos. Los padres deben escuchar a sus hijos cuando éstos hablan de amiguitos inexistentes.

Al visitar una casa se hacen invisibles, molestan demasiado, echando cochinadas en las comidas, tiran lo que se encuentre en sus manos. Pero lo que más persiguen es a los niños de corta edad, los engañan con confites y juguetes bonitos; así se los llevan de sus casas para perderlos. Si el niño no quiere irse, se lo llevan a la fuerza; aunque llore o grite, juegan con el niño pellizcándolo, su llanto es parte de su diversión con el cual bailan y juegan. Los niños salvados de sus garras no son normales, pues "se vuelven loquitos" y tienen la mirada extraviada.

Dicen las gentes que para ahuyentar los duendes de una casa, se debe poner un baile bien encandilado con música bien sonada.